Una ley de 1911 permitía la compra de acciones empresariales por los bancos. Por ese motivo en muchas empresas, el capital propio representaba una mínima cantidad del total empresarial, la mayor parte procedía del capital prestado por los bancos. Es decir, los bancos eran los que realmente corrían con todos los riegos, en caso de crisis o bancarrota, como así sucedió.